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Estupro. Parte 1 / Statutory Rape. Part 1

Foto del escritor: Elena B. Arreguín OsunaElena B. Arreguín Osuna

Estupro llegó en su camioneta a la tienda de "Carnes Selectas, Vinos y Delicatessen" para consultar la interminable lista de productos que su patrona le había encargado detenidamente. Esa misma noche irían a cenar a la mansión de los Arias, los políticos, artistas, empresarios, directores, productores, clientes y amigos del licenciado Gustavo Arias, uno de los abogados predilectos del sector multimillonario de la ciudad de México.

Con bastante trabajo, Estupro descifraba la cursiva letra manuscrita de la señora Maricela Álvarez de Arias quien, en cada producto, recalcaba subrayando la palabra: "de la marca más fina y cara". La arrogante señorita que atendía la famosa tienda de delicatessen en pleno Lomas Virreyes, trataba de ayudarle, evitando acercársele más de medio metro de distancia pues era, nada más ni nada menos, que la hija del dueño de la tienda.

Estupro, confundido, deletreaba las palabras lenta y trabajosamente con su muy peculiar pronunciación: "fondue... pathé de foie... lasagne... salmón rosado... caviar... escargots..." La joven corregía palabra por palabra de la manera más burlona posible, casi a punto de carcajearse, mientras Estupro pensaba en su interior: "Vieja fresa, creída...", y limpiaba nerviosamente el sudor de su frente con el antebrazo. Al llegar a la lista de vinos se dio por vencido y prefirió entregársela y evitarse más bochornos mientras recordaba el jugoso fajo de billetes que, minutos antes, había recibido de la señora Maricela para hacer las compras de la cena, y no podía evitar pensar en escaparse con todo a su pueblo natal Metepec, Estado de México, y disfrutar un poco de la vida con esa cuantiosa cantidad de dinero.

Sin embargo, se resistía a manchar el nombre de sus padres, Don Celerino y Doña Lucha, quienes habían trabajado en esa mansión durante quince años, desde que él sólo tenía tres de nacido. Ambos se habían visto en la necesidad de abandonar la mansión por problemas de salud y dejaron al joven Estupro, de dieciocho años de edad, en su lugar.

Don Celerino había conocido al licenciado Gustavo Arias cuando apenas llevaba unos años trabajando en la empresa de su padre: Bufete de Abogados Arias y Asociados. Gustavo Arias ya había contraído matrimonio con Maricela Álvarez, hija de una familia española de abolengo que residía en México desde la época del ex-presidente Adolfo López Mateos. Era la típica familia que hacía lo posible por hablar con la “z”, negaba rotundamente la nacionalidad mexicana a pesar de haber nacido y vivido por más de diez años en el país- y frecuentaba todos los centros de reunión y clubes donde conviven los pseudo-españoles de la ciudad de México.


English version:

Estupro arrived in his truck to the "Selected Meats, Wines and Delicatessen" store to consult the endless list of products that his mistress had carefully ordered. That night, politicians, artists, businessmen, directors, producers, clients and friends of Gustavo Arias, one of the favorite lawyers of the multimillionaire sector in Mexico City, would have dinner at the Arias' mansion.

With a lot of work, Estupro deciphered the cursive handwriting of Mrs. Maricela Álvarez de Arias whom, in each product, emphasized underlining the word: "of the finest and most expensive brand." The arrogant young lady who attended the famous delicatessen store in the heart of Lomas Virreyes tried to help him, avoiding approaching him more than half a meter away because she was nothing more or less than the owner’s daughter.

Estupro, confused, spelled the words slowly and laboriously with his very peculiar pronunciation: "fondue ... pathé de foie ... lasagne ... pink salmon ... caviar ... escargots ..." The young woman corrected him word by word in the most mocking way possible, almost on the verge of laughing, while Estupro thought in his heart: "What a snob and a showoff ...", and nervously wiped the sweat from his forehead with his forearm. When he got to the wine list, he gave up and preferred to give it to her and avoid more embarrassments while he remembered the voluminous wad of bills that, minutes before, he had received from Mrs. Maricela to do the dinner shopping, and he couldn't help thinking about escaping with everything to his hometown Metepec, State of Mexico, and enjoy life a little with that large amount of money.

However, he resisted staining the names of his parents, Don Celerino and Doña Lucha, who had worked in that mansion for fifteen years, since he was only three years old. Both had been forced to leave the mansion due to health problems and left the young Estupro, eighteen years old, in their place.

Don Celerino had met the lawyer Gustavo Arias when he worked at his father’s company: the Arias and associates Law Firm. Gustavo Arias had already married Maricela Álvarez, the daughter of a Spanish family of ancestry that had resided in Mexico since the time of former president Adolfo López Mateos. It was the typical family that did everything possible to speak to the “z”, flatly denied Mexican nationality -despite having been born and lived in the country for more than ten years- and frequented all the meeting centers and clubs where the pseudo -Spanish from Mexico City hung out.



 
 
 

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Ciudad de México

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