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El escondite

Foto del escritor: Elena B. Arreguín OsunaElena B. Arreguín Osuna

Elena B. Arreguín Osuna


Maribel y yo estábamos jugando fuera de nuestros hogares, en el área de juegos de nuestros departamentos. Yo estaba trepada en los columpios y ella aventándose de la resbaladilla cuando lo vimos venir desde lejos, con su cara de sádico, hacia nosotras. De inmediato, un sentimiento de terror me invadió por completo, aquel estremecimiento tan familiar para mi cada que eso sucedía; me recorría un escalofrío, las manos me empezaban a sudar y yo comenzaba a temblar. Traté de fingir que no lo veía, pero yo sentía la mirada helada y penetrante que dirigía hacia mi persona.


Se acercó a Maribel sin dejar de mirarme hasta que ya no pude disimular más y, con el dedo índice, me hizo la señal característica para que nos encontráramos las dos con él dentro de cinco minutos en la azotea del edificio. El se retiró.


Maribel y yo, como de costumbre, nos quedamos calladas, caminamos una hacia la otra con la cabeza agachada hasta encontrarnos y nos dirigimos obedientemente a la azotea, donde estaba el cuarto de servicio vacío, donde moraban esas cuatro paredes que encerraban el miedo, la impotencia y la sumisión de dos niñas inocentes y amenazadas.


En ese tiempo, yo tenía siete años y Maribel tenía seis. Las dos éramos unas chiquillas sanas y alegres. Para mí, ese tipo de experiencias no eran novedad pues, desde que tenía cinco años, había sentido este temor amenazante con otros niños, pero jamás algo que se asemejara a esto.

Cuauhtémoc era un niño de doce años, cinco años mayor que yo. Era mentiroso, chantajista, feo, falso y abusivo. No recuerdo cómo ni dónde empezó todo este oscuro jueguito, pero sí que cada vez era más frecuente.

Llegamos a la azotea tras subir un buen tramo de escaleras y ahí estaba Cuauhtémoc, listo para la acción, con las llaves del cuarto de servicio en la mano mirándonos a las dos con hambre y sed de lujuria. Abrió la puerta de metal y el olor a humedad de los colchones viejos que se amontonaban por todo el lugar saltó penetrante y frío como una bofetada en nuestras caras... inolvidable. Las dos mirábamos tristemente los últimos rayos de luz que entraban en el cuarto justo antes de que él cerrara la puerta por completo para, después, quedar inmersas en una semi oscuridad.

Maribel y yo ya éramos como dos robots automatizados que entrábamos al dormitorio, una detrás de la otra, y nos desvestíamos por completo ya por costumbre. Entonces, él empezaba su jueguito aterrador, alternándonos a la una y a la otra. Se nos encimaba sin desvestirse y nos ponía una almohada en la cara que apretaba con fuerza, casi ahogándonos, para que no nos la pudiéramos quitar de encima y no viéramos sus genitales. De ahí en adelante, hacía lo que se le antojaba. Nos volteaba boca arriba, boca abajo, sentadas, de pie, nos acariciaba violentamente y jugaba con nosotras a descubrir nuevas cosas. Milagrosamente, nunca hubo penetración pero, debido a la almohada, años después descubrí cual era la razón de mi claustrofobia.


Extracto de mi libro "HAMBRE. Bullying y otros tipos de abuso. Bulimia". D.R. Elena B. Arreguín Osuna, 2012.


HAMBRE. Bullying y otros tipos de abuso. Bulimia es una novela autobiográfica que trata sobre abuso sexual infantil y sus consecuencias como lo es; desarrollar Trastornos Alimenticios.


Visita: www.elenaarreguin.com

 
 
 

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